Aunque se sostenía la idea de que la embriaguez alcohólica podría conducir a la locura, fue en los primeros decenios del siglo XIX cuando los «abusos de bebidas espirituosas» o alcoholismo se incorporaron al ámbito de la psiquiatría.
Se observó un aumento en el número de pacientes ingresados en hospitales psiquiátricos como resultado del consumo excesivo de alcohol, aunque en ese momento los médicos aún negaban la existencia del alcoholismo como una enfermedad específica.
No fue hasta 1838 cuando el francés Esquirol describió la monomanía de la embriaguez o ebriomanía, refiriéndose a una disposición a veces hereditaria en la cual el enfermo, ante la menor contrariedad, se entregaba al consumo de alcohol, empleando diversas artimañas para obtenerlo, y solo la reclusión podía impedir que continuara bebiendo.
Como parte del tratamiento
Esquirol recomendaba el aislamiento prolongado del paciente, la instrucción religiosa, el asesoramiento filosófico y la lectura de tratados que abogaran por la moderación.
Otro antecedente relevante es Benjamín Rush, considerado el padre de la psiquiatría estadounidense, quien en 1785 publicó un libro sobre el alcohol y sus consecuencias negativas.
En dicho texto, afirmaba que el consumo excesivo de alcohol generaba una fuerte dependencia y podía ocasionar cirrosis, pancreatitis, impotencia, delirios, conducta criminal agresiva, daños irreversibles en el cerebro y trastornos hereditarios.
La argumentación de Rush resonó poderosamente en gran parte de la sociedad estadounidense. Desencadenando la formación de las primeras «sociedades de templanza» y contribuyendo al crecimiento del movimiento abolicionista.
Durante la Revolución Industrial
Y coincidiendo con este período, se observó un marcado aumento en el consumo de bebidas alcohólicas entre la emergente clase trabajadora urbana. Embriagarse parecía ser la única manera de sobrellevar las condiciones precarias en las que vivían los obreros de las primeras fábricas. Tanto en Inglaterra, Alemania, Holanda, Suiza como en España.
Además de consumir vino, los trabajadores españoles ingerían aguardientes antes de enfrentar las arduas jornadas laborales. Se les proporcionaban «dos o tres cuartos», y al no contar con recursos para adquirir pan o carne, optaban por obtener un poco de aguardiente que artificialmente revivía sus fuerzas.
La experimentación con este método engañoso para recuperar energía los llevaba al hábito, la necesidad y la pasión por el alcohol. Como expresaba el médico higienista Monlau a mediados del siglo XIX, la embriaguez desviaba la atención del ahorro, incrementaba la pobreza en las familias, obstaculizaba la educación, y resultaba en un aumento de disputas, desórdenes y delitos.
Esta realidad se evidenciaba en instituciones psiquiátricas como la de Valencia. Donde el director Perales observaba cómo algunos de sus pacientes se recuperaban por completo al ser impedidos de consumir alcohol y al recibir orientación moral.
No obstante, Perales sostenía que la embriaguez no era considerada una enfermedad, sino más bien un «feo vicio». Incluso cuando el individuo estaba desequilibrado mentalmente, se le atribuía la culpa de lo que le sucedía y se le consideraba responsable de su participación voluntaria en una práctica condenable.
En ese periodo
el profesor sueco Magnus Huss realizó la primera descripción científica del alcoholismo crónico, proponiendo dicho término para identificar esta nueva enfermedad. Gracias a su influencia, el alcoholismo se convirtió en una de las principales preocupaciones de la psiquiatría.
Específicamente, desempeñó un papel fundamental en la famosa teoría de la degeneración, desarrollada por el alienista francés Morel y parcialmente modificada por Magnan.
Esta teoría inspiró la psiquiatría en Francia y Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Según Morel, todos los trastornos mentales eran manifestaciones de una constitución físicamente anormal, hereditaria y sujeta a una evolución degenerativa que, de generación en generación, conducía a la esterilidad de la estirpe.
Morel sostenía la idea de que la humanidad contemporánea representaba una desviación degradante del tipo primitivo, originada inicialmente por el pecado original.
Esta desviación volvía al ser humano vulnerable ante ciertas agresiones, las cuales resultaban en diversas alienaciones mentales y contribuían aún más a la degeneración de la especie. Morel destacaba un conjunto de alienaciones causadas por intoxicación, siendo el abuso de bebidas alcohólicas la principal causa.
Consideraba al alcohol como el principal «veneno social» capaz de provocar la decadencia psicoorgánica tanto a nivel individual como generacional.
El alcoholismo evolucionaba de una generación a otra
Manifestándose en patologías cada vez más degeneradas. Los psiquiatras que adherían a la teoría de la degeneración también se interesaron por los delincuentes. Observando que muchos de ellos eran alcohólicos o, al menos, consumidores habituales de alcohol.
Morel detalló las «tendencias depravadas» vinculadas al consumo de bebidas alcohólicas. Posteriormente, los médicos de la segunda mitad del siglo XIX intentaron medir de manera cuantitativa la presencia de alcohólicos entre los criminales mediante diversas estadísticas.
Este enfoque tenía como objetivo combatir de manera más científica y eficaz la amenaza social que representaba el alcoholismo. En la misma línea de pensamiento, a finales del siglo, Cesare Lombroso y la escuela positivista italiana desarrollaron la teoría del criminal nato. Que incluía al alcoholismo como una de las causas de la criminalidad.
Sin embargo, como resultado de ambas teorías, el paciente alcohólico fue estigmatizado durante mucho tiempo como un individuo peligroso para la sociedad. Cuya potencial criminalidad debía ser considerada por las autoridades encargadas del mantenimiento del orden público.
De esta manera, el aumento del alcoholismo en las últimas décadas del siglo XIX fue percibido como una amenaza significativa que ponía en peligro el orden social.
Era un hábito que afectaba principalmente a las clases trabajadoras, y muchos creían que la raíz de este vicio residía en la falta de educación cultural de la clase obrera urbana.
A su vez, se sostenía que el alcoholismo era responsable de la pobreza de los trabajadores. En respuesta, se establecieron numerosas sociedades antialcohólicas que abogaban por la implementación de «leyes secas», el cierre de destilerías y bares, así como la creación de centros especializados para la rehabilitación de los alcohólicos.
Conclusiónes sobre el alcoholismo y la psiquiatría
En España, la problemática del alcoholismo se percibía como un reflejo tenue de lo que ocurría en Francia y no generaba gran preocupación. Aunque algunos médicos, entre ellos el renombrado Pedro Mata, destacaron la importancia del problema. Sugiriendo que los gobiernos deberían implementar medidas para frenar el vicio del alcohol y mejorar las condiciones morales y materiales de la población. Lo que, según ellos, reduciría la frecuencia de los casos de embriaguez.
El alcoholismo se presentaba vinculado a problemas de salud mental, la criminalidad y la degeneración racial, asociándose particularmente al proletariado y a la agitación política. La figura del obrero embriagado contribuía a estigmatizar al proletario, presentándolo como irresponsable, inmoral y culpable de su precaria situación.
Esto generaba preocupación en el Partido Socialista, que sostenía que el trabajador. Sometido a una explotación intensa dentro del sistema capitalista, encontraba en el alcohol su único refugio.
Esta perspectiva contrastaba con la propaganda antialcohólica de la burguesía, que insistía de manera persistente en que la inclinación al alcohol por parte de los obreros era la principal causa de su pobreza y degradación física y moral.